“Hay que rescatar esto del barro. Que el artesano no decaiga, Impulsarnos y de esa misma manera, nosotros aportar”.

Miriam Galinda Mero Mero, es de La Pila, como sus padres. Nació en 1964.  Fue cuando se casó con Antonio Quijije que empezó a trabajar el barro, hace 30 años. “Entonces todo el mundo se dedicaba a esto”, recalca.

Siempre en La Pila. Después del COVID, han empezado a viajar juntos, ella y don Antonio en su carrito, buscando los sitios donde hay turistas, clientes, como en Puerto López en tiempos de ballenas, otras playas de Manabí, las capitales.

Algunas veces también acompaña a su esposo a entregar pedidos más lejanos, en Guayaquil, Cuenca o Ambato. 

Sus hijos han estudiado y se han graduado, ya no se dedican a esto, pero sus nietos de 6 o 7 años, observan e imitan el proceso, a veces ayudando a pulir; quizá quieran trabajar también el barro algún día, y es que piensa que en el futuro se pueda recuperar entre los jóvenes el oficio y vender las piezas fuera, donde hay más movimiento de turistas.

Muchas de sus réplicas, sin dejar de apegarse a los diseños ancestrales, tienen un terminado característico que les da una identidad propia.

EN MEMORIA DE CONSUELO MEZONES SANTANA (1965-2024)

Consuelo Mezones Santana, nacida en la pintoresca parroquia La Pila del cantón Montecristi, dejó una huella imborrable en el mundo de la alfarería. Su vida fue un testimonio de dedicación, creatividad y amor por el arte ancestral.

Desde temprana edad, Consuelo se sumergió en el oficio de la alfarería. A los 15 años, sus manos hábiles comenzaron a moldear el barro con destreza, siguiendo los pasos de sus padres. Su madre, en particular, le transmitió la sabiduría de crear objetos utilitarios como cuencos y hornos. Consuelo no solo aprendió las técnicas, sino también el espíritu de conexión con la tierra y la tradición.

El taller de Consuelo era un lugar mágico. Allí, entre las paredes de adobe y el aroma a arcilla húmeda, trabajaba codo a codo con sus dos hijas. La alfarería era más que un oficio; era un legado familiar que fluía de generación en generación. Su hermana, también fallecida, compartió su pasión, y juntas crearon piezas únicas que contaban historias de la tierra y el mar.

A pesar de las tendencias modernas que favorecían los moldes y la barbotina, Consuelo se mantuvo firme en su enfoque: el modelado a mano en «puro barro». Cada pieza que salía de su taller llevaba la impronta de su corazón y su conexión con la naturaleza. Sus vasijas, platos y figuras eran más que objetos; eran expresiones de su alma.

La comunidad de Puerto López fue testigo de su talento. En una pequeña tienda de artesanías, sus creaciones encontraron un hogar. Los pedidos llegaban regularmente: 100, 200 unidades a la vez. Desde objetos utilitarios hasta réplicas de piezas arqueológicas, Consuelo tejía un puente entre el pasado y el presente. Y no se detenía allí; su producción también se exhibía con orgullo en el Centro Cívico Ciudad Alfaro.

Hoy, mientras el sol se pone sobre las olas del Pacífico, recordamos a Consuelo Mezones Santana. Su legado perdurará en cada cuenco, en cada huella de dedos en el barro. Que su espíritu siga inspirando a quienes aman la artesanía y la belleza de lo hecho a mano. Descansa en paz, querida Consuelo. Tu obra vive en cada rincón de nuestra tierra.

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